sábado, 30 de abril de 2016

El Mao del pueblo

Imagen: Colectivo gráfico Charro Moreno 55

Se habían jugado 28 minutos del partido, el marcador aún no se rompía, se sentía la tensión en el estadio La Libertad de la ciudad de Pasto, minutos antes David Montoya había fallado un penal. El árbitro pitó una falta a favor del visitante cerca del área. El arquero del Pasto conocía de la virtud del cobrador, por eso armó una barrera con 5 jugadores, no estaba dispuesto a regalar un centímetro; el cobrador acomodó el balón y dio apenas 3 pasos hacia atrás, nunca le quitó la mirada. A partir de ese momento Mauricio Molina empezó a escribir una historia de amor con el Independiente Medellín. Mao tomó impulso, dio dos pasos, apoyó el pie derecho y con la zurda le dio el golpe de su vida al esférico el cual subió lo justo para no toparse con la barrera y luego pasar por el ángulo que forman el larguero y el palo izquierdo de Andrés López, que no tuvo otra opción que toparse con el madero y abrazarlo en forma de consolación. 

Ese gol significó que el Poderoso bordara una estrella más en el escudo después de 45 años. Todos recordamos minutos más tarde a Mao debajo de una tribuna del estadio La Libertad sufriendo cada minuto del partido como un hincha más. Cuando el árbitro dio el pitazo final saltó a la cancha desenfrenado a pesar que los periodistas lo intentaron parar, se puso la camisa que confirmaba un nuevo título para el Poderoso, luego tomó una pequeña bandera azul y roja la cual besó una y otra vez; los que no estábamos en el estadio fuimos testigos a través de la televisión de sus lágrimas.  

Ese juego bastó para que se convirtiera en ídolo del equipo, los que dudaban de su amor por el glorioso DIM quedaron mudos frente a las lágrimas del campeón, su forma de defender la camisa, protegerla y besarla, fueron suficientes para borrar los fantasmas del pasado. Luego siguieron momentos inolvidables para Mao y el Independiente Medellín, una Copa Libertadores histórica, el gol a Gremio en Brasil y al Barcelona en Ecuador. Hasta que Mao volvió a soltar lágrimas, pero esta vez de tristeza por la eliminación frente al Santos. Al final eso no importó, todos lloramos con nuestro ídolo, además  sabíamos que se marchaba del equipo. Viajó por muchos lugares, volvió al DIM dos años más tarde y marcó el mejor tanto de los clásicos en toda la historia. Desde la esquina donde limitan la tribuna occidental y sur del Atanasio Girardot convirtió un gol olímpico inolvidable para cualquier hincha, inclusive para los miles de espectadores detrás de él con una camisa de color diferente. 

Casi 10 años después Mao vuelve a vestir la camisa que lleva marcada en el corazón, sin dejar dudas que en la cancha no ahorra un esfuerzo para defender la sagrada. Muchos niños por fin fueron testigos de aquel jugador con una zurda mágica que rompió el hechizo en el 2002 y nos devolvió la alegría después de tantos años de sufrimiento. 

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